Rol Crepúsculo
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 Residencia Pfeiffer

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Betina Pfeiffer

Betina Pfeiffer


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Localización : Santa Fe,Santa Fe,Argentina

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MensajeTema: Residencia Pfeiffer   Residencia Pfeiffer Icon_minitimeDom Feb 22, 2009 8:20 pm

Mirando a mi alrededor, no había mas que paredes claras por todos lados.
Y volviendo a mirar, ese cuarto me resultaba más que extraño.
Era la primera vez que entraba en mi nuevo "hogar"...
Ahh...hacía tanto que algún lugar no tomaba el apodo de hogar para mí...Ahora había decidido que era hora de asentarme en un lugar fijo, permanente.
Pude sentir el paso conocido de mi hermana, que ya estaba en la puerta. Genial, podía sentir que venía con intenciones de burlarse de mi. Imaginé, como cada vez que ella volvía de cazar, que apenas entrara el olor delicioso a sangre humana que traería consigo me haría la vida imposible. Mi estómago rugió ante la sola mención del recuerdo, y mi garganta comenzó a arder por la sed.
Una sed que bien ella sabía me era difícil de dominar cuando se encontraba tan cerca luego de haber robado tantas vidas. Y lo hacía a propósito.
La puerta se abrió mientras yo seguía apoyada en la mesada de la cocina. Pude sentir el aroma embriagador de los resabios de su comilona mientras se dirigía a toda velocidad a la cocina. Sopesé la posibilidad de salir huyendo despavorida, pero sería peor una vez que volviera y tuviera que soportar sus burlas. Era mejor soportar unos momentos.
- Hermanita adorada - dijo Merinda con su típico tono burlón.
Puse los ojos en blanco, consciente de que cualquier contestación mordaz como las que en estos momentos se me venían a la cabeza llevaría a lugares donde yo no quería llegar en nuestra frágil relación. Gracias al cielo, había dejado la ventana abierta. En este típico día de Forks, el lugar más lluvioso del país, el viento azotaba cada rama que había allí afuera, y se colaba por la ventana arrojándome bocanadas de paz. Merinda me miró de manera suspicaz. Yo ya no percibía sus intenciones de reírse de mi “dieta”. Estaba de buen humor, y me iba a dejar en paz por esa noche. Agradecí al cielo, le sonreí, y salí disparada de allí.
Ya en mi cuarto, puse uno de mi disco favorito de Good Charlotte en el reproductor, sólo como música de ambiente. Tomé el libro que había estado leyendo del estante, y continué en la página que había dejado. Se trataba de un tipo que estaba en el programa de protección a testigos del FBI, y huía de un grupo de mafiosos al tiempo que se enamoraba de una muchacha que claro, no sabía nada del tema. Pero no pude continuarlo por mucho tiempo, ya que rápidamente me distraje.
Mis mente se paseó en las circunstancias que me habían traído hasta Forks. Me habían hablado de vampiros como yo que tomaban asentamientos permanentes en la ciudad. Yo no sabía bien donde estaban ni deseaba encontrarlos por ahí. Decidí venir ya que es una ciudad tranquila y pequeña, donde el sol no sale nunca y está cerca de Seattle, donde mi hermana podría matar a gusto. “Matar” pensé. Yo nunca había deseado matar. ¿Por qué debería? Eran humanos, humanos como yo lo había sido alguna vez. Puede que hace demasiado tiempo, pero alguna vez. La persuasión de mi hermana nunca había surtido efecto en mí. Eran interminables las discusiones en las que ella no dejaba de juzgarme. Yo podía saberlo, ella en realidad envidiaba mi autocontrol, mi… bueno, no hay otra forma de explicarlo, mi “humanidad”. Yo era el monstruo más humano que habíamos conocido en todos nuestros años, y todos nuestros viajes.
Y por supuesto, también había otra razón. Una razón que yo nunca admitiría en voz alta. Yo había amado a un humano alguna vez. Claro que ocurrió cuando yo todavía era una persona, y no un bicho sediento, pero había sido tan intenso que era lo que recordaba con más claridad de mi vida anterior. Ese amor.
Le había querido demasiado, y quién sabe cómo hubieran acabado nuestras vidas si yo siguiera siendo humana. Pero eso no ocurrió. Mi madre quedó destrozada cuando supo que habíamos desaparecido, así que tuvimos que quemar un par de cadáveres de los que mi hermana se había almorzado. Los carbonizamos hasta la médula cerca del lugar donde se nos había visto por última vez. No dejamos mucho, sólo un par de huesos que condecían con nuestras descripciones, como para que pudieran calcular las alturas. Supusieron que eran nuestros cadáveres, y el crimen nunca fue resuelto.
Merinda me convenció de que era lo mejor. Todos aquellos que nos conocían nos dejarían ir, podrían seguir con sus vidas. Incluyendo a mi amado.
Y habiéndole amado tanto, ¿cómo podía matar humanos? ¿Qué tal si aquellos a quien mataba significaban para alguien lo que él había significado para mí? ¿Qué tal si me desayunara a sus hijos o a sus nietos? No podía.
Cerré el libro de un golpe y me quedé mirando el techo. Una de las cosas que más odiaba de esta vida era no poder dormir, no poder quedarme inconsciente varias horas, para que todo pasara más rápido. Y estar así por el resto de la eternidad. Un tormento.
Observé mi habitación. El sillón de cuero blanco con forma de diván, la estantería llena de libros que había ido coleccionando a lo largo de mis 93 años. Abrí de par en par las puertas de mi balcón, que daba a la calle. Esa gran casa blanca debía llamar la atención. O tal vez no. Yo ya había visto la residencia de los Jacksons. Impresionante. Había muchas casas impresionantes en este pueblo. Seguramente escondería más secretos de los esperados, pensé. “Pueblo chico, infierno grande”.
Miré mi estante vertical de discos. Eran 300 según mi última cuenta. Allí también estaba mi televisor con un estante completo dedicado a los DVD. Estos no eran tantos, por que la verdad no me gustaba mucho el cine. Prefería comprar más y más música. Era la mejor inversión después de los libros, claro.
El aire puro me llegaba a grandes bocanadas. No entendía en realidad por qué me gustaba tanto el aire. Al fin y al cabo, ni le necesitaba. Pero lo adoraba. Esas cosas que uno nunca llega a descifrar.
A lo lejos pude oír los susurros del bosque. Pude oler la sangre de algún animal. Mi estómago se estremeció. Tenía toda la noche por delante y nada para hacer.
Mi hermana estaba en su cuarto. En el momento en que me asomé a la puerta, ella estaba en su computadora jugando a los Sims. Amábamos ese juego, ambas.
- Vuelvo mañana – le dije
- Perfecto. Recordá que el Lunes comienza el instituto.
- Sí, lo recuerdo. – respondí fastidiada. Hacía dos semanas que venía recordándomelo. Como si no lo supiera ya.
Volví a mi habitación y volé por el balcón. Comencé a correr con toda mi velocidad, para llegar pronto a mi lugar favorito de caza.
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MensajeTema: Lunes por la mañana   Residencia Pfeiffer Icon_minitimeMar Feb 24, 2009 12:17 pm

Bien.Todo estaba listo.Repasé mentalmente las precauciones que había tomado. De caza toda la noche del Sábado,otra pequeña caza la noche anterior...
Iba a estar cerca de demasiados humanos demasiado apetitosos.Tenía que controlarme.
Merinda me miraba apoyada en la mesada. Podía sentir su desaprobación,no solo con mi don.La podía sentir en el aire,en su mirada...
Revisé una vez más mi mochila. Todos los libros,los cuadernos,estaban ahí.Ya no sabía que hacer,estaba demasiado nerviosa,frenética. No solo quería triunfar y terminar ese día resistiéndome a mis tentaciones naturales,lo cual me haría sentir de maravillas el resto de la semana,sino que también quería agradarles. Quería poder llevarme con los humanos como lo hacía antes de ser una amenaza para ellos. Quizás hasta tener una amiga,o dos. Sí,quería que ese día fuera perfecto.Lo necesitaba.
- ¿Qué pasará si cometes un error? - dijo Merinda con algo que prentendía ser seguridad disfrazada. Sabía que ella creía que esto era un error tan bien como sabía su deseo de continuar siendo nómade.
- No pasará - le aseguré,tratando de dar una nota positiva a mi voz.
- ¿Y que pasará si ocurre,señorita perfecta? - dijo con un tono sarcástico.
- Nos iremos de aquí volando,eso te lo aseguro -
- Comenzaré con las maletas - dijo muy pagada de sí misma.
Tomé mi mochila sin poder soportar esta estupidez. No iba a haber errores. De eso estaba segura.

Tomé el Audi y salí de allí a lo que daba. Tenía que mantenerme positiva.Necesitaba hacerlo.
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